La historia de Natalia, médica de combate ucraniana
Artículo escrito por Jorge Aranda, fundador y CEO de Hands With Heart.
La conocí en Dinamarca, durante la colaboración entre Hands With Heart y Repower, en el programa número 15 de esta organización. Era mi séptima misión con ellos. El encuentro reunió a unos 66 médicos de combate para un programa de recuperación física y emocional.
Natalia fue la última persona que atendí ese día, cerca del final de la jornada. Eran alrededor de las once y media de la noche. Ucraniana, 29 años, una década en el ejército. Morena, pelo recogido, algo de sobrepeso. Un tatuaje de ave fénix en el antebrazo izquierdo. Una ligera separación entre los incisivos superiores. Entre 1,65 y 1,70 de estatura, con buena postura.
Durante la entrevista inicial, Olena, traductora ucraniana con buen nivel de inglés, facilitaba la comunicación. Natalia mantenía las manos entrelazadas, usaba con frecuencia gestos al hablar y cruzaba los pies bajo la silla. Su tono de voz era alto y claro, casi potente. Buscaba contacto visual con Olena al expresarse.
Natalia, una médica de combate en Ucrania. fue prisionera de guerra durante seis meses. Refirió diversas dolencias consecuencia de torturas.
Relató que la golpeaban a diario, incluyendo la espalda y la cabeza…usaban palos.
Dolencias referidas por la paciente
(médico de combate en la guerra de Ucrania)
Comentó que le dolía toda la espalda: región cervical, dorsal, lumbar, sacra y coxígea. Le expliqué que era poco común encontrar lesiones significativas en la región dorsal sin un motivo concreto y le pregunté si había sufrido algún traumatismo que lo justificara. Respondió que sí: había estado seis meses en cautiverio como prisionera de guerra rusa.
Valoración de la paciente prisionera de guerra
Pidió que le preguntara lo que necesitara para la valoración. Relató que la golpeaban a diario, incluyendo la espalda y la cabeza. Confirmó que usaban palos, pero negó electrocución o daños en las uñas. Preguntada sobre agresión sexual o traumatismo en la zona pélvica o reproductora, respondió con seguridad que no.
Añadió que, además de los golpes, la obligaban a mantener posturas forzadas durante largos periodos. Una consistía en permanecer de pie, junto a una pared, pero sin apoyarse, con las piernas abiertas al máximo y los brazos estirados por encima de la cabeza, manos juntas. A los hombres se les permitía apoyar las manos en la pared; a las mujeres, no.
Otra postura habitual era sentada en una silla, encorvada, llevando la cabeza lo más cerca posible de las rodillas. En ocasiones debía mantener esa posición estando de pie. Los brazos quedaban hacia atrás, codos flexionados, y un palo pasaba por el hueco de un codo, detrás de la espalda, y salía por el hueco del otro. De pie, el tronco quedaba flexionado a 90 grados desde la cadera, con la vista fija en el suelo, la columna en flexión máxima lumbar, dorsal y cervical.
Debía mantener estas posiciones durante horas, a veces caminando así. Relacionaba estas posturas con sus dolores actuales. Dijo que pasaba hambre y frío, condiciones que comparten otros pacientes que han sufrido cautiverio. Señaló la camilla de tratamiento —de aproximadamente 1,90 metros de largo y entre 50 y 60 centímetros de ancho— para explicar que, en una superficie similar, dormían tres personas de lado. La incomodidad se sumaba al hecho de que, después de las torturas, el descanso nunca era reparador.
En casos similares, los liberados —a menudo mediante intercambios de prisioneros entre los ejércitos— presentan pérdida de peso notable, con costillas marcadas y extremidades debilitadas. Posteriormente, tienden a recuperar peso. Natalia, en ese momento, tenía un aspecto más rellenito.
En la exploración se encontraron iregularidades palpatorias en la columna y la caja torácica, compatibles con golpes y posibles lesiones costales.
El tratamiento
El tratamiento comenzó con trabajo craneal, evaluando posibles lesiones por los golpes repetidos y buscando determinar si habían afectado al sistema visual y a la tensión postural general. El objetivo era también ofrecer un contacto suave y controlado, tras su experiencia previa de masajes dolorosos y consultas médicas infructuosas.
Se trabajó la región abdominal, encontrando reflejos neuromusculares vinculados a estrés crónico y ansiedad. Se le enseñaron técnicas de autocuidado para favorecer la autorregulación. El trabajo en sacro y cóccix se pospuso para una siguiente sesión, solicitándole acudir con pantalón corto para realizar maniobras más específicas en caderas.
Durante la primera sesión se realizó también una valoración ocular, detectando visión doble en un seguimiento semicircular por encima del plano horizontal de la mirada. Al finalizar, tras manipulaciones cervicales y dorsales suaves, reportó alivio y la visión doble había desaparecido. Se marchó sonriendo.
Al día siguiente, en el desayuno, se acercó para decir en ucraniano que se encontraba mucho mejor, aun sabiendo que yo no hablaba el idioma.
En la segunda sesión acudió con pantalón corto, aunque de tejido rígido. Se trabajó la región lumbar, sacra y costal, además de técnicas de pinzado-rodado en muslos y piernas. La paciente refirió dolor con esta última maniobra y expresó preocupación por la posibilidad de recuperarse. Se le explicó que alcanzaría una recuperación plena, que su umbral de dolor estaba alterado por el estrés crónico, y que su biomecánica no presentaba daños graves. Comprendió que la sintomatología estaba amplificada por las circunstancias actuales y que, con el fin de la guerra y un periodo de relajación, la mejoría sería notable. La paciente expresó alivio.
Al día siguiente volvió a buscarme para decir que se encontraba mucho mejor y agradecer el trabajo realizado.
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